CIENTOS DE REPORTEROS DE TELEvisión, incluidos los colombianos, están en Haití cubriendo la huella trágica del terremoto.
Las tomas las realizan entre las ruinas de la ciudad que inspiró a Alejo Carpentier para su novela El reino de este mundo, rodeados de gente desesperada con los ojos desorbitados de la deshidratación y el hambre. Periodistas valerosos y oportunos, gracias a los cuales el mundo sabe lo que está ocurriendo en este desgraciado lugar de la tierra. Entre todos ellos hay uno que sobresale porque logra el sueño de todo reportero: marcar la diferencia. Se trata de Anderson Cooper, de la cadena CNN.
Después de advertir la catástrofe en su programa diario, Anderson Cooper 360º, voló a Puerto Príncipe y 24 horas después estaba con su cámara en el centro del dolor con sus historias que estremecen, paralizan y arrancan lágrimas. Anderson Cooper transmite humanidad. Lo logra porque a él también la realidad lo conmueve. No actúa como un espectador, es un ser humano sensible que se compadece con el dolor de los otros. Con naturalidad, con el sonido ambiente que revela los quejidos y las pausas, los resuellos, sin esconder temores y riesgos, con titubeos y sin interferencias de libretos ni telepronters, ni falsas certezas o las seguridades artificiales de las vedettes, transmite todo aquello que lo impacta, en una relación directa entre la cámara y el televidente donde las víctimas dolidas son el corazón de cada reportaje. Sus historias de heroísmos y fracaso, de derrotas y esperanzas, de franca iniquidad como las de Haití, tocan fibras emocionales y sin sensacionalismo ni sobresaltos, serenamente, desnuda la realidad de la condición humana.
Son largas horas las que ha permanecido en Puerto Príncipe, paciente a la espera de un rescate exitoso, cuando el milagro de la vida se impone sobre la adversidad, como sucedió con la pequeña de 2 años que resucitó, pasadas 72 horas, de entre los escombros, al tiempo que muchos en las carpas vueltas improvisados hospitales perdían la batalla en el último minuto. Llega hasta al cementerio a transmitir sin pudor la indignidad con la que volquetas arrojan cadáveres vueltos deshechos de seres humanos de los que nunca se sabrá nada en medio de un olor nauseabundo que traspasa la pantalla del televisor, mientras tantos otros intentan salvar del olvido a sus muertos con rituales salidos de lo profundo de su tradición africana. En el hospicio aparecen en su cámara los pequeños sobrevivientes del cataclismo que ahora deberán enfrentar su destino de abandono, porque los papeles de adopción han quedado enterrados en las ruinas de los edificios oficiales.
No comenta, muestra. No interroga, deja hablar. No juzga, relata. Igual lo hizo cuando el huracán ‘Katrina’ asoló con Nueva Orleans, consiguiendo con hechos y sin juicios de valor desnudar la indolencia del gobierno de George W. Bush, que le significó un golpe político del que nunca se recuperó. Anderson Cooper, el único hijo de Gloria Vanderbilt, heredero de una de las grandes fortunas norteamericanas, quien podría estar disfrutando de sus privilegios, pero prefiere transmitir el sufrimiento de los otros. Para que el mundo no olvide su condición humana. Y se conmueva. Como ha sucedido con Haití.
María Elvira Bonilla
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